sábado, 26 de junio de 2010

Que fácil era llorar, no tenia que hacer ningún esfuerzo para que salieran las lágrimas y mucho menos para detenerlas, “es chillona” recuerdo que decían de mí. Lloraba peor que Magdalena en Semana Santa cada que veía como corría Candy por la colina de Pony despidiéndose de su amiga Anne, no se diga cuando moría Anthony cayéndose del caballo, no era necesario ver ese capítulo, con recordarlo bastaba para que las lágrimas se asomaran a mis ojos y resbalaran por mi cara sin poderlas detener; tenía que voltear la cara lo mas que podía, casi casi como en la película del exorcista, arriesgándome a que me diera una tortícolis aguda solo para que mis hermanos no me vieran llorar porque si me descubrían no me acababa la carrilla en todo el día.



Quisiera que todo fuera tan fácil como antes, como cuando me subía a los arboles y después no me podía bajar, entonces lloraba hasta que llegaba mi hermano el mayor a bajarme o cuando me caía y me raspaba la rodilla y llegaba a la casa llorando y como a nadie le sorprendía que llegara raspada me dejaban llorar a gusto, sin interrogarme ni cuestionar el motivo de mis lágrimas, podía llorar por cualquier cosa por muy tonta que fuera y nadie me decía nada, al contrario, siempre había alguien para consolarme.

¿En qué momento cambió todo? No entiendo por qué tu mismo entorno te hace cambiar, porqué tienes que justificar tus lágrimas ante los demás, solo para que no piensen que eres demasiado “infantil”

Ahora, con forme pasa el tiempo, cada vez se vuelve más difícil llorar, el sentimiento está ahí, el dolor lo siento aguijoneando intensamente en el pecho, pero las lágrimas no salen, se quedan atoradas y solo ensombrecen mi mirada.

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