lunes, 18 de enero de 2010


El cielo esta cubierto de nubes, por los resquicios se observa un azul profundo y el viento helado congela mis mejillas; camino despacio, sin prisas, por las solitarias calles de esta ciudad, solo una loca como yo se atreve a salir con este frío, pero me gusta esta sensación de libertad. El brillo de la lluvia se mezcla con el de las farolas dándole un toque mágico a las cosas, aspiro el olor a tierra mojada, a cantera recién lavada y este aroma renueva mi alma.

Sigo caminando, sin evitar los charcos de agua, al contrario, cada que me sorprendo en medio de uno, descubro una sonrisa cual mariposa posada en mi rostro, así que entre más pise, mejor. En un portal un globero soñoliento tirita de frío; pago cinco pesos por un frasquito color rosa lleno de recuerdos y trato de alejarme lo más que puedo, deprisa, como si fuera un ladrón, para que no vea la emoción y desesperación que siento porque ya quiero abrirlo y soplar los recuerdos al viento.

Llego a uno de tantos jardines, al centro observo su kiosco, los grandes árboles se mueven al compas del viento, cierro los ojos y escucho sus susurros mezclados con el ruido de la fuente que trabaja sin parar, el olor a pasto mojado y el viento alborotando mis cabellos me dan la bienvenida, es el lugar perfecto, recorro con la mirada todo mi alrededor, estoy sola, así que saco mi tesoro, lo abro lentamente y soplo despacio a través del alambre envuelto en hilo, para que los recuerdos salgan danzando uno a uno y como por arte de magia emprenden el vuelo: burbujas de jabón y dentro de ellas, aún escucho las risas de mi niñez.
 

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