lunes, 29 de marzo de 2010



Marzo está por terminar, marzo y sus días locos, algunos con demasiado aire, otros con un calor sofocante, también hubo días en los que nos sorprendió la lluvia empapándonos hasta el alma, las jacarandas comienzan a llenarse de flores moradas, se supone que ya es primavera, que rápido pasa el tiempo, que rápido se me esta yendo la vida, que rápido se me fue el amor.

Ahora ya eres pasado, te fuiste lentamente como las noches en invierno, ahora eres solo un recuerdo que al evocarlo aun duele, ¿por qué siempre me dolerá el amor? Cómo fue que me quedé así, a la deriva. La vida me está dejando tan atrás y se lleva todo, solo me deja las ganas de llorar, solo me deja a mí, porque todos se van, yo soy la que se queda, algo está sucediendo, ojalá pudiera mentir y decir que la estoy pasando muy bien, pero no es fácil olvidar y empezar de nuevo.

Esto no es nada grato, tengo el corazón cansado. No puedo seguir así, aferrada a una quimera, es tiempo de sacudirse el polvo acumulado durante tantos años de espera, es hora de dejar de lamerse las heridas y continuar, continuar en este camino, ahora de subida, que es mi vida.

sábado, 20 de marzo de 2010

Viaje tiempo atras

Son las 8:45 am y llego corriendo a la Sala A de la Central de Autobuses, arrastrando la maleta y la bolsa y rogando porque todavía alcance el camión de Primera Plus; me doy cuenta de que mis esfuerzos son en vano al mirar el tablero de corridas y ver que dice “Jalpan 8:10 y 15:30”; no me queda más remedio que subir a la Sala B y abordar el camión de las 9:00 am.

Llego al área de andenes y entre el ruido de camiones y gente que viene y va localizo el camión que me llevará a mi destino, por un momento me olvido que no estoy en la sala A, pero rápidamente soy devuelta a la realidad al escuchar al chofer que me dice “No señito aquí no damos números para sus maletas, acomódelas por ahí”, así que no me queda más que buscarle yo misma el lugar más seguro a mi maleta. Afortunadamente es jueves y es poca gente la que ocupa el camión, así que puedo disponer de los dos asientos para mi sola sin ningún problema, me instalo del lado de la ventanilla y en el otro asiento pongo la bolsa de mano, la chamarra y mi mantita, tomo mi “dramamine” para el mareo, me persigno y encomiendo a Dios para llegar bien y finalmente le conecto al celular los audífonos y me arrebujo en el asiento a escuchar música, preparada para las cinco horas que me esperan de camino.

El trayecto esta muy tranquilo, algunas nubes blancas cubren el intenso cielo azul, el sol ya brilla con todo su esplendor y el viento que se cuela por la ventanilla abierta refresca mis mejillas, procuro no impacientarme con la lentitud del chofer al manejar, al abordar este camión sabia que esto me esperaba, así que pongo todo mi empeño en relajarme y disfrutar el viaje. El ruido del motor nubla mis sentidos, no quiero dormirme, no quiero cerrar los ojos, pero la calidez del sol y las vueltas y vueltas que da el camión por la carretera llena de curvas no ayudan a mantenerme despierta.



Me despierto al ir subiendo a Pinal de Amoles, el aire se ha vuelto mas frío y es tiempo de usar mi mantita, la vegetación va cambiando drásticamente, ya dejamos atrás el paisaje color amarillo ocre lleno de cactus y ahora el horizonte se esta cubriendo de pinos, el aire huele a verde, a musgo, a tierra mojada, aspiro lo mas profundo que puedo y cierro los ojos, para disfrutar con todos los sentidos de este aroma, se escucha el ruido de algún riachuelo que no alcanzo a ver, todo esta lleno de vida, miles de insectos y aves se interrumpen unos a otros en una interminable jerigonza de sonidos.



Es la 1:45 de la tarde y ya alcanzo a ver los techos de teja roja de las casas del pueblo, también se alcanza a ver la cúpula de la iglesia y la presa, esta por terminarse la primera etapa de este viaje tiempo atrás; el camión entra al anden de la Terminal del pueblo a las 2 en punto, es tiempo de apagar mi música, guardo mi mantita y tomo mi bolsa y chamarra lista para bajar y me pregunto si ya llegarían por mi, no es necesario conjeturar respuestas, ya que alcanzo a ver en el quicio de la puerta la silueta inconfundible de mi papá que ya me espera y en cuanto me ve se apresura a ayudarme con la maleta que un joven me esta alcanzando, detrás de él viene mi madre, sonrientes nos abrazamos los tres y emprendemos el camino de una hora que aún nos falta para llegar a casa.

Me instalo nuevamente en la parte de atrás del carro de mis papas, me siento tan cómoda así, viajando con ellos, mi mamá pregunta por sus hijos, sus nietos, y me insta a que le platique todo con lujo de detalles. El camino sigue lleno de curvas, pero entre la plática y risas se hace corto, me siento feliz, plena, es como si todas las responsabilidades que he ido adquiriendo con los años desaparecieran y me convirtiera nuevamente en la niña de sonrisa fácil que fui tiempo atrás.

Es imposible no recordar, tantas veces hicimos el mismo camino, a todas las edades, primero en la parte de atrás de la camioneta del trabajo de mi papa, ahí íbamos los cinco chiquillos acomodados entre cobijas y maletas, riendo y comiendo churrumais y chetos, viendo las estrellas, porque siempre viajábamos de noche, mi papá llegaba de trabajar, se dormía un rato y a media noche cargábamos maletas, y emprendíamos el viaje, espantándonos unos a otros con cuentos de la llorona, de brujas y aparecidos; después, un poco más grandes, en el malibú color vino el primer carro de mi papá, cuatro en la parte de atrás y el más chico adelante con mi mamá, aunque un poco más apretados, disfrutábamos por igual el viaje, excepto mi hermana, ella siempre tomara o no pastilla para el mareo llegaba amarilla amarilla y en cuanto empezaba a recuperarse resultaba que ya teníamos que regresar.

Recuerdo que llegábamos en la madruga y mis abuelitos ya reconocían el ruido de la camioneta desde que iba bajando rumbo al rancho, si no los despertaba el ruido del motor, los despertaba la música que llevaba mi papá; llegábamos con algarabía, a tender las cobijas en el suelo y dormir un rato, porque tempranito ya estábamos despiertos dando guerra, desayunábamos café de olla, frijoles, tortillas recién hechas y revoltillo de huevo con chile, todo el día no la pasábamos comiendo, naranjas, mangos, pitayas, ciruelas, plátanos, y no veíamos la hora para irnos a bañar al río con mis tías y mis primos, donde nos pasábamos todo el día metidos en el agua, jugando y riendo a carcajadas hasta que te dolía la panza de tanto reír, después llegaba mi Abuelita con una cubeta llena de tacos y gorditas de maíz rellenas de huevo o frijoles que entre todos devorábamos para después de un rato, volver a meternos al agua.



Recuerdo que la casa de madera y carrizos de mis abuelos para mi era lo más parecido al paraíso, había arboles de naranjos, limoneros, mangos, ciruelos a los que me encantaba subirme y pasarme las horas acostada en sus brazos viendo las nubes pasar, también había enredaderas de camelinas con flores rojas, moradas, las maravillas, los chinitos dobles y sencillos, las conchitas llenas de flores de todos los colores; desde temprano mi Abuelito se levantaba a regar sus árboles y las plantas, a darles de comer a las gallinas y al burro maicero que pastaba soñoliento y acalorado. Ahora todo ha cambiado mi Abuelito se mudó lejos y es vecino de Dios, mi Abuelita a menudo se sienta en la cama a llorar, la casa esta irreconocible, donde había flores ahora esta lleno de maleza y los árboles poco a poco se fueron secando; a pesar de que estoy conciente de que todo en esta vida es efímero, me cuesta entender por qué se nos va lo bueno.

Nosotros también cambiamos, crecimos, nos llenamos de ocupaciones y responsabilidades, ahora, mis hermanos con sus familias comienzan a repetir la misma historia cada temporada de vacaciones: visitan a los abuelos; solo yo quedo un poco a la deriva, dándole otro pequeño matiz a este carrusel que es la vida.

Conforme avanzamos el calor se vuelve más húmedo, por fin vamos bajando rumbo al rancho y el viento trae el aroma intenso de azahares y regreso al presente, pero los recuerdos insistentes se arremolinan uno tras otro queriendo asaltarme todos a la vez, parece que el tiempo se detuvo en este lugar, el ruido del agua del río golpeando contra las piedras se mezcla con el canto de las aves y el ruido de los insectos; miles de colores colman mis sentidos, mis ojos se llenan de verdes intensos, rojos, amarillos, verde aguamarina, creo que me faltan sentidos para identificar todas las sensaciones que este paisaje me provoca.



Por fin he vuelto a mi rincón donde se conjugan el pasado y presente, el refugio al que vuelvo cada vez que necesito fuerzas para seguir caminando, el aroma de los azahares de los naranjos es mucho más intenso, todos los árboles están llenos de flores y me dan la bienvenida. Aquí me olvido de todo, aquí mi alma se renueva, igual como el ave fénix, vengo a morir para renacer de mis cenizas y emprender el vuelo tal como lo hace el águila que observo volar a lo lejos, alto, cada vez más alto.
 

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