martes, 10 de mayo de 2016

Los hijos que no parí

Mi vientre siempre ha estado vacío pero mi corazón no.


Desde pequeña supe que no sería mamá, cada que veía a una mujer en esa larga y maravillosa espera, cuando las veía amamantar a ese ser pequeñito e indefenso y acunarlo en sus brazos tarareando esa canción de cuna hasta dormirlo, con esa mirada que encerraba todo el amor y la protección del mundo, había dentro de mí una vocecita que me decía que esa dicha no era para mí. 

Entonces me aferraba a la idea de que no era verdad, cuando fuese mayor yo también disfrutaría de sentir esos movimientos y pataditas que anunciaban la vida naciente, tocaba mi vientre e imaginaba como mes con mes iba creciendo, ¡cuántas veces viví esos nueve meses de espera!, los vivía con ellas, imaginaba que la embarazada era yo.


Con amor preparaba la ropa que usaría mi bebe, poco a poco me iba haciendo de cositas para él, un pedazo de tela cualquiera se convertía en la más abrigadora cobijita que pudiera existir, yo también sentía esos movimientos en mi vientre, las pataditas me emocionaban tanto, imaginaba cómo me costaría caminar con el paso del tiempo, hacía los ejercicios de respiración para la ayuda en el parto, al final mi mente de niña no alcanzaba a comprender que hubiera tanto dolor para traer al mundo a ese ser pequeñito, simplemente imaginaba que lo único que sentiría seria amor y ese inmenso amor haría que al fin mi bebé estuviera entre mis brazos.

Y así, después de esa larga espera llegaba el gran día y entonces, el milagro era tan grande que me olvidaba de mi bebé de plástico y todo el amor de esa pequeña mamá se desbordaba con el bebé de carne y hueso, quería tenerlo en brazos siempre, reflejarme en esos ojillos vivos que buscaban y trataban de reconocer todo, me gustaba tocar esa piel tan suave y sentir ese calorcito de vida, acunarlos, hasta verlos dormir; pero los mayores no entendían que en esa niña pequeña hubiera ya un instinto maternal y me alejaban diciendo que no molestara.


Era entonces cuando trataba de refugiarme en mi bebé de plástico, inmóvil, frío, sin vida. Y la vocecita se volvía a escuchar en mi cabeza diciendo “tú no serás mamá” y el corazón se encogía tanto que no sabía identificar ese dolor y entonces, esa pequeña mamá lloraba, lloraba por todos esos hijos que no podría tener, lloraba porque no sería mamá.

Ahora, muchos años después, sé que tenía razón, no seré mamá, pero en mi corazón han nacido muchos niños, para ser exactos, cinco. Y veo sus caritas, escucho sus risas, he secado sus lágrimas por alguna rodilla raspada, por algún regaño, he limpiado sus caritas y sus manos sucias después de alguna travesura, he pasado noches sin dormir, suplicando con plegarias para que regrese la salud cuando alguno de ellos ha estado enfermo, hemos reído hasta llorar de alegría, he sentido esos cuerpecitos cuando corren a abrazarme y entonces vuelve ese instinto maternal y quiero cambiar el mundo, protegerlos de cualquier mal, porque son mis niños y los quiero felices. 

Sí, no soy su mamá, pero “pocas cosas amo tanto como la fortuna de ser tía: los hijos que no parí pero cuyas risas me devuelven la vida.”


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