miércoles, 24 de junio de 2015

Hoy observo a mi Monstruo.

Ha estado quieto y en silencio un largo tiempo, como si estuviera cansado o enfermo; físicamente sé que está bien, pero algo en lo profundo de su ser no lo está.

Mi Monstruo es como un perrito, se encariña rápidamente con la gente, es amable, cariñoso, juguetón, y el saber que hace feliz a los demás con sus cabriolas lo hace feliz a él y entonces anda contento todo el día, es como un cascabel que nada lo para.

Pero no siempre la gente quiere su cariño, casi siempre solo lo tratan bien mientras es la novedad, después lo ven con caras de fastidio y veo como él se esfuerza en mostrarles que puede ser lo que ellos necesitan; pero sus esfuerzos son vanos, le dicen palabras hirientes y no dice nada, pero sus ojos se llenan de dolor.

Es cuando yo quisiera alejarlo y llevármelo lejos donde no puedan hacerle daño, porque esa historia ya sé cómo termina, pero el sigue confiando en la gente y no escucha razones.

Llega un momento en que como a los perritos los abandonan en la azotea, así a él lo relegan a un rincón y solo cuando lo necesitan lo buscan y el feliz los recibe, los llena de amor y cosas bonitas hasta que sus egos vuelven a inflarse y lo vuelven a abandonar.

En otras ocasiones, el abandono ha llegado más lejos, se lo llevan y lo pierden, lo dejan en lugares fríos, con tormentas y oscuridad, y el sufre al sentirse abandonado.

Cuando por fin lo encuentro, está encerrado en sí mismo, como un caracol y es hostil y peligroso, pero poco a poco lo regreso a casa, pero  me cuesta mucho que vuelva a ser el de antes, a confiar, a sonreír, está así en ese estado de letargo y ahora solo espero que en cualquier momento me haga la pregunta de siempre:


¿Por qué nunca soy suficiente?

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