Espero la
llegada de la noche, con ella viene también la esperanza y por unas horas
camina a mi lado.
Nos
preparamos frente al espejo, para que no nos encuentres desaliñadas, después
poco a poco vamos recorriendo la distancia que me separa de ti.
El camino
es largo, irregular, cambiante, en ocasiones sinuoso, en otras recto pero lleno
de obstáculos, no podría describirlo a pesar de haberlo recorrido tantas
noches, durante tanto tiempo, cada noche es diferente, por eso tengo que ir
despacio para no tropezar cuando lo que quiero es correr, porque sé que cada
segundo es valioso, pero la neblina espesa lo hace más difícil; tengo que ir
paso a paso y eso aumenta la ansiedad en mi pecho y el hueco en el estómago.
Conforme
más camino, mis fuerzas disminuyen, los pies me pesan, es como si me amarrasen
piedras que impiden dar el siguiente paso y cuando lo doy, es como si me
dejaran sin huesos y mis piernas se convierten en piernas de atole, y ahí voy
tratando de avanzar con mis piernas y pies de atole que no ayudan en nada.
Esta noche
la oscuridad es mucho más intensa, la neblina no ayuda, se escuchan ruidos y el
cielo está completamente vacío; oscuridad arriba y abajo, solo la esperanza
ilumina tenuemente en mi pecho y es la que me impulsa a seguir avanzando.
Aún
recuerdo la primera noche que te vi, no sé como llegué al claro, cuando me di cuenta
ya estaba parada en el umbral, la luz tan intensa por un momento me cegó, quise
reconocer, orientarme de alguna forma, pero todo era nuevo, la luna llena
iluminaba perfectamente y el cielo vestía su mejor traje de estrellas, algo no
estaba bien, al volver la vista hacia atrás la oscuridad era penetrante, cual
boca de lobo, en cambio en frente, la noche resplandecía; y te vi, a mitad del
claro observándome fijamente.
Tu cabeza
ligeramente inclinada hacia la derecha, tus ojos y tu boca sonriéndome intensamente.
En seguida supe que eras tú, a quien tanto he esperado, con quien tantas noches
había soñado, esa noche me daba cuenta que había valido la pena tanta espera,
tanta angustia, el verme reflejada en tus ojos compensaba tantas lágrimas
derramadas en la almohada.
Te sonreí
también y supe que ya me esperabas, que también para ti, la espera había sido
larga, camine despacio, para no alterar tanta tranquilidad, nuestras miradas
continuaban enlazadas, dándole paso a nuestras almas para abrazarse como antes,
como siempre, como almas viejas que somos.
Escuché tu
voz en mi mente, me decías “despacio, ya estamos aquí”, pero yo quería correr,
abrazarte, besarte, no sabía si llorar o reír, tenía tanto miedo de que la
dicha se fuera. Y se fue.
No pude
tocarte, abrazarte, una barrera invisible lo impedía, era como si cada uno estuviera
detrás de un espejo quise romperlo, pero mis brazos perdieron fuerza, sólo tu
voz logró tranquilizarme. Lo importante ya había ocurrido, nos habíamos vuelto
a encontrar. Dejamos de andar errantes por otras estrellas, estábamos listos
para volver a intentarlo. Acordamos encontrarnos cada noche, mientras buscamos
la forma de coincidir buscando el sol a cada paso.
Y aquí voy,
con mis piernas y pies de atole a tu encuentro, tratando de acortar la
distancia que en los sueños se acorta y que por estar contigo no quiero
despertar.